En Santiago, donde la madera del tejado le da a las casas ese encanto de postal que te hace suspirar, la reparación tejado de madera en Santiago se volvió mi obsesión cuando descubrí que mi viga principal tenía más grietas que mi paciencia un lunes por la mañana.
Fue un susto en toda regla: una tormenta dejó un charco en el pasillo, y al subir al desván con una linterna, vi que mi tejado estaba pidiendo auxilio como si fuera el protagonista de un drama gallego. Esas estructuras de madera son preciosas, sí, pero también son como un viejo amigo que necesita mimos constantes para no derrumbarse en el peor momento; si no las cuidas, te encuentras con filtraciones, crujidos y una factura que te hace replantearte la vida. Así que, entre risas nerviosas y un café bien cargado, me lancé a aprender cómo detectar problemas y arreglarlos antes de que mi casa se convirtiera en un parque acuático.
Detectar daños es como jugar al detective en tu propio tejado, y en Santiago, donde la humedad es más fiel que el Apóstol, hay que estar con los ojos bien abiertos. Mi primera pista fue un olor a humedad que no se iba ni con incienso, y cuando subí con mi cuñado –que se cree experto porque vio un tutorial en YouTube–, encontramos manchas oscuras en las vigas que gritaban moho a todo pulmón; luego estaban los crujidos, que al principio achaqué al viento, pero que resultaron ser madera cediendo bajo el peso de tejas mojadas. Mi vecina Ana, que vive en una casa centenaria cerca de la Quintana, me dijo que ella revisa el tejado cada primavera porque una vez ignoró un agujerito y acabó con una gotera que le arruinó el parqué; desde entonces, me fijo en todo: desde el polvo de serrín que indica carcoma hasta las tejas sueltas que bailan con cada ráfaga. Un vistazo a tiempo puede ahorrarte un disgusto y un buen montón de euros.
Los materiales para restaurar vigas son el alma de cualquier reparación tejado de madera en Santiago, y aquí no vale escatimar si quieres que tu techo aguante otra generación. Mi carpintero, un tipo con más callos que paciencia, me explicó que lo mejor es usar madera de roble o castaño, que son como los superhéroes de la resistencia en este clima húmedo; en mi caso, reemplazamos una viga podrida por una de roble tratado que parece sacada de un castillo medieval, y el contraste con las viejas es pura poesía. Para las zonas menos críticas, usamos resinas epoxi que rellenan grietas como si fueran cemento para madera, algo que vi en acción cuando mi amigo Luis arregló su tejado y quedó como nuevo sin cambiarlo todo. Y no te olvides de los tratamientos antimoho y antiparásitos, porque en Santiago la carcoma es como un invitado que no avisa pero se queda a vivir; mi técnico me dijo que una capa bien dada te salva de disgustos futuros.
Contratar expertos es una inversión que al principio me dio pereza, pero ahora veo como el mejor dinero que he gastado en mi casa. Mi tejado lo arregló un equipo de Tejados Compostela, y juro que verlos trepar con arneses y manejar vigas como si fueran plumas me hizo aplaudir desde abajo; en dos días tenía un tejado sólido y seco, algo que yo, con mi escalera de tres peldaños y mi valor dudoso, nunca habría conseguido. Mi primo, que intentó reparar el suyo con un martillo y buena intención, acabó con una viga mal puesta y una factura doble por el destrozo; los profesionales no solo saben dónde cortar, sino que traen herramientas que parecen de la NASA y una garantía que te deja dormir tranquilo aunque llueva a cántaros. En una ciudad donde el tejado es parte del alma de la casa, dejarlo en manos expertas es como contratar a un chef para tu plato favorito.
Cada vez que subo al desván y veo mis vigas firmes y sin goteras, siento que le he dado a mi tejado el cariño que llevaba años pidiéndome a gritos. La reparación tejado de madera en Santiago es un arte que mezcla ojo avizor, materiales que aguantan el tipo y manos que saben lo que hacen, y mi casa ahora respira aliviada bajo un techo que vuelve a ser su orgullo. Es un esfuerzo que vale cada céntimo, porque en esta ciudad de lluvia y madera, un tejado bien puesto es la diferencia entre un hogar y un naufragio.